El ataque de Eros
Los sábados empiezan cuando se sirve el café en la terraza del barrio. Se exprimen pequeñas alegrías en este circuito de incertidumbres que va de las vacunas a los contagios, sin más novedades que una ciudad a la deriva y el humor frágil de los camareros. Por eso la calma matinal invita a un cierto relajo, a contestar los mensajes de los amigos, a pequeñas confidencias cruzadas a la luz de los teléfonos móviles. Y si uno de los tuyos te avisa de que se equivocó al mandarte un SMS con un código y pide que se le remitas de forma urgente, pues qué vas a hacer… Pantallazo y reenvío por el Whatsapp. Pues con esa inocentada tecnológica, lo que iba a ser un día en la playa derivó en una jornada sin plástico, una larga comparecencia en la comisaría y el cordón telefónico con el mundo enredado en las antenas de todos los contactos de la agenda. A eso hay que sumar la cara de tonto que se le queda al usuario ya advertido. Ya saben la de expertos que circulan por las calles, capaces de dife