Platero y el niño

Escultura de niños jugando con Platero era una plaza de Moguer.


Fátima es alta, muy alta, joven y elegante, con la piel azabache brillante y pelo bien peinado. Anda calle arriba con un niño de la  mano y por el camino la entretiene Dolores, una señora encorvada y muy mayor que se esfuerza por ser simpática. “Y tú ¿cómo te llamas?”, le pregunta al niño varias veces. El pequeño parece asustado, se esconde tras las enormes piernas de su madre y la mira con extrañeza. La madre sonriente trata de explicarle a la señora que no la entiende, que no habla español, que no sabe lo que está preguntando… sin perder esa amabilidad de quien quiere hacerse comprender con los gestos sin encontrar las palabras.


Entonces el caminante se acerca improvisando la traducción de la pregunta al inglés, y eso obliga a la mamá a otra sonrisa incomprendida…  porque tampoco habla inglés. Como quien cambia de emisora en la radio, el andante callejero muda las palabras al francés, y entonces emerge la sonrisa de quien se agarra a una tabla salvadora… “es que somos de Senegal, apenas llevamos un mes aquí y todavía no entiendo nada de español”, explica la madre pidiendo disculpas con esa mirada que expresa sinceridad sin necesidad de ser traducida. Entonces la conversación se acelera; la madre juvenil entiende la situación: “la señora le está preguntando cómo se llama el niño”, y sin más responde con la alegría de sentirse comprendida: “se llama Mohamed, y yo soy Fátima, ¿y ustedes?”. No dio tiempo a traducir al castellano; la más veterana del grupo se viene arriba y en una sola respiración coloca todos sus mensajes. “Ay pero qué simpático eres Mohamed.. mira, mi hermana que ya falleció también se llamaba Fátima, y yo soy Dolores...”. Y entonces ambas se quedan mirando al intérprete, con ese margen que permite sentirse acogidas a tres personas que antes de doblar la esquina no sabían de la existencia de las otras. ¿Y usted? Preguntan a la vez, una en francés y la otra con ese salero que tienen las abuelas andaluzas. 


Saldada la curiosidad femenina, Fátima cuenta que acaban de llegar al pueblo, que quiere aprender español pronto pero que aun no ha tenido tiempo de empezar, y que disculpen su timidez, pero es que el niño se siente extraño y sin amigos. Ahí Dolores vuelve a la carga; “es que yo lo veo pasar todos los días, y me alegra la mañana cada vez que lo veo”, mientras la madre asiente aliviada comprendiendo las miradas sin esperar la traducción literal… y Mohamed sigue enganchado a la pierna de su madre, pero ya no está por detrás. Ahora se aferra por delante, con las manos hacia atrás para no perder agarre. Y ahí se quedan las dos mujeres, mirándose con ganas de sentarse a charlar a la sombra, mientras Dolores se afana en ejercer de anfitriona.


Así se entretiene la vida en la primavera azul y blanca de Móguer, en el Día de las Letras hispanas del año 2024, a pocos pasos de la casa de Juan Ramón Jiménez. Algo más allá, en la esquina de la plaza, asoma el hocico curioso de Platero, convertido en la estatua a la que pronto se subirá Mohamed. El niño que acaba de llegar del sur.


(En Moguer, Huelva, a 23 de abril de 2024).


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