Talayero, el que nunca se rinde



Celebración con los alumnos del IES La Atalaya el 16 de junio de 2023.

 

(Discurso a los alumnos de 4º de la ESO del Instituto de La Atalaya, que nombraron padrino al autor en la entrega de orlas celebrada el 16 de junio de 2023 en el Centro Cultural de Santa Brígida). 

Estimada señora directora, estimadas madres y estimados padres. Aplicados profesores y profesoras, y sobre todo, estimadas alumnas y alumnos que empiezan ahora una nueva etapa en la vida,


Ustedes sabrán lo que hacen cuando invitan a un tipo como este a ejercer de padrino de esta camada de jóvenes. A un padrino tradicional se le pide que pague la fiesta, pero ustedes ya estaban advertidos. Saben, porque se lo dejé claro desde el primer momento, que dinero no tengo para pagar las deudas que acumula mi biografía con este centro, con el pueblo de la Atalaya y en general, con el pueblo crecido en torno al Satautejo, hoy llamado Santa Brígida. 


Yo no podré ser padrino a la antigua usanza, porque tampoco podré aportar bienes como garantía de estas promesas de futuro.  Esta ilusión juvenil por entrar en un nuevo rumbo se mueve con energía propia, no necesita avalistas. Si acepté este envite inesperado y probablemente inmerecido, es porque puedo dar fe del esfuerzo que estos muchachos son capaces de hacer para ganarse su lugar en el mundo, y eso sí que es una garantía. La ofrecen ellos con su trabajo, y yo quiero ser testigo de esa aportación, y en la medida de lo posible, acompañante en esa experiencia de convertirse en seres capaces de mejorar el mundo. Estos jóvenes que hoy están ya aprendiendo a volar con sus propias decisiones están invitados a protagonizar el futuro de sus familias y de su pueblo, y esa tarea necesita de todas las manos. A eso vengo, a animarles a que se coman el mundo, a que nos dejen atrás con sus iniciativas, a que mejoren lo que otros ni siquiera soñamos antes.


El pueblo de La Atalaya de Santa Brígida nunca lo tuvo fácil. En algunas ocasiones hemos recordado aquellas palabras de Antoñita La Rubia, una de las mujeres que fue capaz de conservar y transmitir hasta las puertas del siglo XXI la ancestral tradición de la alfarería, una actividad que dio de comer a muchos de los vecinos durante siglos. Contaba la alfarera que de pequeña, cuando llegó el primer maestro a La Atalaya, hace más o menos un siglo, ella se escapaba de su casa para ir a clase, y su madre iba con la chola en la mano a sacarla de la escuela, que estaba en el mismo local que después fue el cine del pueblo (porque La Atalaya tuvo su cine hasta los años 70). En aquel momento era más importante que las niñas aprendieran el oficio de alfarera directamente de sus madres, porque era la única forma de transmitir las tradiciones y de aprender una tarea para poder alimentarse. La escuela entonces era un lugar extraño, sin arraigo entre la población, porque no venía a resolver los problemas de la gente, sobre todo ese problema tan importante que es el de tener algo que llevarse a la boca todos los días, y hasta ese momento las familias tenían su propia manera de enseñar a sus hijos las cosas que debía saber para sobrevivir.


No fue fácil que esto lo entendiera el mundo de alrededor, que acostumbraba a ver en La Atalaya una población distinta, porque se organizaba de forma distinta y vivía de forma distinta, capaz de mantener una organización colectiva del trabajo administrado principalmente por las mujeres. Fue así durante siglos, abrigadas como estaban las familias en las cuevas labradas en la montaña, donde desarrollaron también un tipo de vivienda que forma parte de la identidad de los canarios. La Atalaya de hoy, y la de mañana, no se puede entender si estas características, y todos los empeños en alterar ese modo de vida han tropezado siempre con enormes dificultades.


Este tránsito de aquellas tradiciones manuales, de aquel mundo de barro y fuego, al mundo actual no está resultando sencillo, aunque curiosamente las herramientas básicas siguen siendo las mismas. Con las mismas manos que antes se amasaba el barro, ahora se escriben los WhatsApp en los teléfonos móviles, y los dedos que sabían pulir las vasijas son los mismos que hoy se usan para montar vídeos de Tik Tok o crear reels en Instagram. No podemos pedir a estos jóvenes de hoy que vivan ajenos al mundo; sólo que sepan vivirlo para no olvidarse de dónde vienen, y para disfrutar un proyecto de vida provechosa, para ellos mismos y para su entorno. A esto ya enseñaban en La Atalaya antes de que llegasen los maestros, antes de la primera escuela; que el esfuerzo personal tiene que servir también al colectivo, al conjunto de los vecinos. Ese es el espíritu talayero; el que nunca se rinde, y encuentra apoyo a su alrededor. Y nuestros protagonistas de hoy lo saben; en este mundo de apariencias, la plenitud de la vida está en el servicio a los demás, y eso requiere mucha formación, para entender todo lo que pasa a nuestro alrededor y estar en condiciones de mejorarlo. Da igual que seas electricista, que fontanero, albañil o agente forestal, ingeniero informático o profesor de Matemáticas, o músico. O alfarero.


Permítanme evocar a todos los que rondamos ya los 60 años, con la emoción que nos produce el fruto del esfuerzo de la educación pública, hoy representado aquí por este instituto de La Atalaya, sus profesores y sus alumnos y su comunidad educativa. Nosotros hemos sido testigos de muchos cambios profundos en la sociedad canaria, pero el más importante de todos ha sido el que ha favorecido la continuidad de los jóvenes en los procesos educativos, a base de acercar los recursos públicos a la población que lo necesita. Hace apenas cuatro décadas era casi imposible encontrar chiquillos de nuestro pueblo que acabasen la enseñanza media, y mucho más difícil que completaran estudios universitarios, y los que lo hacían tenían que superar muchos más obstáculos de los exigidos en otros lugares. Así es en La Atalaya; la existencia del instituto ha permitido equilibrar muchas de las desigualdades a las que estaba condenada la población local por el simple hecho de estar lejos de los centros educativos. En estos tiempos de baja natalidad y de distracción de los servicios públicos, reforzar la tarea educativa es la mejor manera no sólo de mejorar la convivencia, sino de asegurar el futuro mismo de nuestros barrios y nuestros pueblos, de conseguir espacios habitables donde perpetuar la conciencia y la comunidad. Ahora que llega una nueva corporación al Ayuntamiento, no está de más invitarles a que se tomen en serio la dedicación de cuantos recursos sean necesarios a la formación de los jóvenes, porque el mundo actual ya intenta engañarles todos los días haciéndoles creer que el consumo acelera la felicidad. Y se necesitan muchas manos para combatir eso, no basta con dejarles la tarea a los profesores.


A mí nunca me gustaron los padrinos; puede que algunos de los padres, los que estuvimos en la murga Los Cataiferos (que fundamos con nuestro enorme amigo Pepe Navarro Monagas), recuerden aquel día de 1987 en que un alcalde de este pueblo se presentó en el local de los ensayos ofreciéndose como padrino de la agrupación.  Entre todos los presentes le tuvimos que aclarar entre risas que aquel grupo, aquel espacio común, no quería ser bautizado, y por eso no necesitaba, y nunca necesitamos padrino ni supervisor que aprobase los cantos y nos diera permiso para cantar las cuarenta y lo que nos diese la gana. Ya dice la copla popular que el mirlo canta en el campo, el capirote en la higuera. El gorrión en los trigales, y el canario, también el talayero, canta donde quiera. Esto es lo que siempre ha reivindicado el sentimiento colectivo de La Atalaya; la libertad de decir las verdades al viento. Es muy sano para los pulmones y muy útil para la democracia, porque esto también han de cuidarlo los jóvenes cuando en un futuro les toque ejercer de portavoces de la vida vecinal, y hacerse responsables de las decisiones políticas, como la de elegir bien cuando puedan ir a votar.



Porque esto es lo que celebramos hoy aquí; que esta gente nueva quiere comerse el mundo. Están obligados a hacerlo, y tienen ganas de hacerlo, aunque sean tantos los mensajes negativos que pretenden hacernos creer que no les interesa nada, que no quieren moverse, que sólo quieren jugar con los móviles o que les cuesta mucho prestar atención durante más de cinco minutos. Pero sabemos que ese retrato es mentira, que forma parte de los trucos inventados para hacer negocio con las debilidades de los jóvenes, que son frágiles por ser jóvenes. Todas las generaciones tienen sus propios desafíos, y del mismo modo que otros pudieron superar dificultades mayores, no deben tener ninguna duda de que estos que hoy abren las alas aquí van a volar muy alto.


En este pueblo tenemos ejemplos sobrados de esa voluntad de superación, pero yo me limitaré a recordar la figura de Pedro Suárez Pérez, conocido Perico Arico, el primer canario que jugó una final del Mundial de fútbol. No lo hizo con la selección española, porque Pedro Suárez tuvo que emigrar  en 1910 con toda su familia desde su Santa Brígida natal hasta Argentina cuando tenia dos años, con lo que costaba entonces cruzar el Atlántico a los barcos que huían del hambre en los primeros años del siglo XX. Sus padres, Sebastián Suárez Monzón y Candelaria Pérez Martínez, tenían que alimentar las bocas de sus siete hijos y no les quedó otra alternativa que cruzar charco. Empezó jugando en las calles de Buenos Aires, y llegó a jugar la final del Mundial de 1930 vistiendo la camiseta de Argentina, tras una exitosa carrera en el Boca Junior. Lo que le pasó a este satauteño no fue nada distinto a lo que le ocurre hoy a jóvenes que llegan a Canarias huyendo de los mismos males de los que huye todo el mundo desde hace siglos; la guerra, el hambre la muerte. Algunos de esos jóvenes emigrantes vienen a estudiar al instituto de La Atalaya, y son un ejemplo de superación que merece ser reconocido. Una sociedad civilizada no puede dejar escapar estos talentos, de quienes sueñan con ser futbolistas como lo fue Perico Arico hace un siglo, cruzando los mismos caminos y sufriendo peligros incluso mayores que los de entonces. Todos los seres humanos merecen una segunda oportunidad sobre la tierra, y sólo progresarán las sociedades que son capaces de darles cobijo en condiciones de igualdad.


Por lo demás, tampoco seré un buen padrino porque lo mío no es dar buenos consejos. “Chiquito jocico pa consejos”, cómo diría aquel cuento de Pepe Monagas… Consejos no tengo, sólo tengo los años suficientes para recordarles que nunca se olviden de lo que dejan atrás. Para triunfar en la vida, da igual que seas electricista que fontanero que agricultor, médico, músico o astronauta, siempre hace falta dejar señalado el camino de casa… porque nada será fácil, y siempre necesitaremos el refugio primero, el lugar donde empiezan todas las cosas. 


Eso nos permitirá mantener los pies en el suelo, porque es ahí, en el espacio que mejor conocemos, donde se encuentra el equilibrio que nos permite madurar. El caldito de mamá. La conversación con los amigos. La calle o el barranco donde jugamos; todo eso es muy útil cuando tienes que elegir la vida que quieres vivir. Ya les expliqué que ser periodista es contar las cosas que le pasan a la gente para que la gente entienda que el mundo se puede cambiar; y para eso hacen falta apenas dos cosas; leer mucho, para aprender a escribir, y viajar bastante, para aprender a caminar. Estoy convencido de que ustedes quieren mejorar el mundo y yo lo único que puedo decirles es que me encontrarán en el camino cuando quieran encontrar un punto de apoyo para cambiar el rumbo de las cosas. Todos necesitamos ese empujoncito alguna vez; para eso va a seguir ahí el instituto, para que vuelvan de vez en cuando a contar cómo les van las cosas. Cuenta Don Quijote que quien lee mucho y viaja mucho, ve mucho y sabe mucho, y sobre esos cimientos se puede levantar un mundo nuevo, el que ustedes quieran construir.


Los mundos nuevos se empiezan a fabricar por las cosas más pequeñas; en plan que dejen por las mañana la cama bien hecha, porque tendrán completada una primera tarea y si todo lo demás sale mal, al volver a casa comprenderán que algo se ha hecho bien, y eso reforzará el ánimo para el día siguiente. Hacer la cama bien todos los días, no como ahora… y lo mismo en la cocina, porque las madres o las abuelas que les dan de comer no están a su servicio; si les ayudan con eso, es porque esperan que ustedes aprovechen mejor las oportunidades de la vida. 


Respeten siempre a todas las personas que se crucen por los caminos. Porque de lo que se siembra siempre se recoge; si reparten respeto, serán respetados. Los más débiles son los que más ayuda necesitan, y por eso no se les puede dejar atrás en ningún momento. Del mismo modo, combatan a los abusadores; convivimos con personas que quieren aprovecharse de los esfuerzos ajenos, y hay que ponerlos lo mas lejos posible, también a quienes maltratan a las mujeres.


Y no se asusten cuando algo falle, porque la vida no es justa y van a fracasar muchas veces. En tiempos malos como los actuales, cuando aún no nos hemos olvidado de la pandemia, es cuando más riesgos tenemos que asumir para mejorar las cosas, porque sin esfuerzo, las ilusiones se pudren. No crean en inteligencias mágicas que se ofrecen a hacer las cosas por ustedes; lo artificial nunca fue inteligente, por mucho que nos quieran vender maquinitas nuevas.  Pero ustedes están entrenados para salir a delante, para cambiar de nivel y afrontar ya el futuro con todo lo que trae. Sin esperar a que una máquina les gobierne.


Si mantienen ese rumbo, las generaciones que vendrán detrás de ustedes podrán seguir mejorando el mundo más allá de los que ahora somos capaces de imaginar.  Y lo que aprendieron en aquel instituto de La Atalaya que hoy queda atrás, habrá servido para fabricar un mundo mejor. 


Si de algo sirve, lo que aprendí en la vida con todos los amigos que encontré, con todos los tropezones que me di, fue una sola cosa. Coman gofio todos los días. Y sobre todo, contra viento y marea, no pierdan nunca la esperanza.


Muchas gracias.


Comentarios

  1. Estaremos siempre agradecidas y agradecidos por el cariño con el que le dedicaste tus palabras a la comunidad educativa del IES La Atalaya.
    Mil gracias Gonzalo.

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  2. Ayer tuvimos la inmensa suerte de disfrutar de tu presencia y de tus palabras tan cariñosas y emocionantes. Gracias Gonzalo. Ha sido una auténtica maravilla tenerte de padrino de nuestros chicos.

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  3. Fue un placer tenerte de padrino de nuestra hija, y de todos sus compañeros y compañeras , y con la alegría que ella nos contó quién era su padrino e la orla, como
    talayera te damos las gracias .
    por haber aceptado

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