Pablo Barbero, el anfitrión perfecto


Pablo Barbero, durante su etapa como concejal de Turismo de Las Palmas de Gran Canaria. / Foto: LPAVisit.com

Tenía buen gusto culinario, pero desplegaba todo su carácter en ese tramo posterior de sobremesa que conecta con la tarde. Pablo Barbero era un hombre cordial, entusiasta y ya experto cuando llegó a ejercer de concejal, entre los años 2011 y 2015, mientras fue alcalde Juan José Cardona. Su etapa sirvió para elevar el listón de una ciudad que había despreciado el turismo durante décadas; Con él volvieron los cruceros al Puerto, durante la cuesta que siguió a la crisis financiera de 2008. Fue Barbero el que se empeñó en recordar que el primer municipio turístico de Canarias fue la capital de Gran Canaria, y que sólo por la experiencia acumulada desde el siglo XIX, se puede comprender el posterior desarrollo del sur de la isla, ahora convertido en emporio del sector. Aunque la ciudad siga sin querer incluirse oficialmente como municipio turístico.

Llegó con el bagaje heredado de su padre y su extensa trayectoria. Su experiencia en el mundillo tiene muchos capítulos, pero si uno marcó su rumbo vital fue aquella larga etapa al frente del Hotel Santa Catalina (entre 1992 y 2005, como director, pero desde 1986 estuvo vinculado al grupo que lo gestionaba). Más allá de avances industriales, logró que el hotel fuese durante muchos años el centro de reunión, la cocina donde se guisaba la vida social de la ciudad y de la isla. Allí iban a lucir sus vestidos y sus proyectos todos los negociantes que pasaban por la isla. Porque la biografía del hotel durante los años que Barbero estuvo al frente dejó huella en la economía y en la historia, en el derecho y en la medicina, en el deporte y en las conexiones aéreas de las islas. Lo que no se decidía en sus terrazas, en sus habitaciones o en sus comedores era por una sola razón; porque no pasaba ni podía pasar. Había espacio para todo; llegaban viajeros de todas la tallas, artistas y estadistas, pilotos en tránsito y deportistas de primer nivel, políticos y militares, empresarios honrados y de los otros, mujeres de todas las alcurnias. Barbero fue durante esas décadas lo más parecido a Humphrey Bogart en el café de Casablanca, sólo que lo suyo no era sólo un bar, sino un hotel completo que incluso contó con su casino. Legal durante el último tramo y de los otros, por temporadas.

Los arpegios del último adiós no impiden recordar que Barbero fue concejal de gobierno hasta 2015, pero sus sucesores evitaron cualquier consejo durante la etapa siguiente, mientras se mantuvo como representante en la oposición, hasta que optó por renunciar al acta pública para volver a su refugio. Ejerció entonces como asesor del grupo Juan Padrón en el proceso de licitación que acabó con la salida de esta empresa de la gestión del hotel Santa Catalina. En ese marco de transición, en las tensiones vividas durante ese trance, sufrió el infarto del que ya no pudo recuperarse, pese a resistir durante casi tres años en el hospital. El daño cerebral provocado al desmayarse en el mismo hotel fue irreversible.

La amistad forjada en su etapa de concejal se mantuvo después con algunos encuentros esporádicos pero intensos, siempre con el hotel como testigo. Mantuvimos un almuerzo especialmente entrañable con Pedro Suárez Cabrera, amigo común con el que guardaba no pocas complicidades. Aquella cita de varias horas incluyó una amplia conversación sobre el inicio de algún tipo de publicación, a caballo entre la biografía y las vivencias del hotel. Pablo se movía con risas entre las ganas de contar y el temor por lo que pudiera incomodar a cualquiera que se sintiera retratado, así que aplazamos la obra hasta más adelante. Con esa mezcla de simpatía, eficacia y discreción era el anfitrión perfecto. Nos convidamos a echar horas repasando el tesoro del álbum de fotos que podrían servir para contar, o al menos insinuar, buena parte de los secretos de Canarias. Pero ya no pudo ser.

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